29 nov 2011

Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas;
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de dónde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma.
¡Y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata! 


Pasó la nube de dolor.... Con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...
Me hacía un gran favor... Le di las gracias.

Gustavo Adolfo Becquer

1 nov 2011

Fragmento





Corría con todas las fuerzas y agilidad  que su cuerpo le daba. El bosque estaba espesando, no sabía qué dirección estaba tomando, no le importaba, con tal de salvar su vida era capaz de correr por ese denso y difícil  bosque que quedarse quieto a que el peligro acabara con su vida.

 Aún escuchaba a sus perseguidores detrás de él, apresuró más el paso, sin esquivar ni una sola rama que aparecía frente a él, ya tendría tiempo para curar sus heridas, si es que tendría tiempo. Los jadeos de sus perseguidores lo mantenían alerta, tenía todos sus sentidos alerta. No podía dejar que sus enemigos le capturaran, no como lo hicieron con su padre. No.

Repentinamente cayó al suelo mohoso y lleno de plantas golpeándose fuertemente el hombro izquierdo en una roca mediana que apareció de repente, emitió un grito de dolor, su hombro se dislocó de su cuerpo. Maldita sea, también vio como tenía una herida abierta en el muslo de su pierna derecha y comenzaba a sangrar rápidamente.
Olvidándose del fuerte dolor que ambas extremidades le causaban buscó desesperadamente un lugar donde esconderse.  La luz que entraba por los arrellanados árboles le impedía ver más allá de unos cuantos pasos. Desesperado, se levantó y trató de escuchar las respiraciones de sus perseguidores. 

El terror le heló la sangre hasta los huesos. Esta vez sus captores estaban más cerca de lo que él pensó, muy cerca. Se escuchaban por todos lados. Él escrutó cada árbol, vigilante. No podía verlos pero sentía su poderosa presencia.
Un gruñido bajo le hizo girarse en redondo hacia el lugar en donde, momentos antes no había nada. Allí, delante de él, la figura imponible y tenebrosa de un lobo lo asechaba felino y hambriento.