11 mar 2014

No importa lo que uno sea, con tal de que la apariencia sea buena… todo está arreglado.

Hace mucho tiempo hubo un rey que tuvo un hijo.

El rey le enseñaba a leer y escribir a combatir con una espada y muchas cosas que un padre amoroso quiere enseñar a sus hijos. Estaba orgulloso de él.

Con el tiempo, el chico fue creciendo, su belleza era notoria en todo el reino y las chicas comenzaban a mirarlo más de la cuenta. Ese joven era alto, de tez morena, de cabellos oscuros, ojos verdes… muy guapo e inteligente.

Mientras los días pasaban y el joven adquiría conocimientos algo dentro de él también comenzaba a surgir: el orgullo.

Las chicas lo miraban, su padre lo apoyaba en lo que fuera necesario, podía hacer lo que quisiera en el reino, el ego del joven iba en aumento: era consciente de que era guapo e inteligente.

Un día lleno de odio y resentimiento, conspiró contra su padre el rey. Y a causa de ello  murió de una forma violenta. Su hermoso pelo quedó amarrado en las ramas de un árbol y algunos soldados de su padre lo mataron.

Nadie dura lo bastante cuando confía demasiado en sí mismo.

No es malo tener una confianza genuina, lo malo es cuando esa confianza se vuelve un “dios”.

El orgullo lleva a una persona a cometer toda clase de sandeces. Creemos que por ser hermosos lo tenemos todo. La vida, el dominio de las circunstancias y de las personas.

En la actualidad tener músculos, ser delgado, ser guapo (a) y popular es lo que atrae a la gente. En pocas palabras: te metes a la gente en los bolsillos. Es la triste realidad.

Se valora más lo externo que lo interno.

El príncipe lo sabía, sólo que también se creía que su belleza le aportaría la inteligencia que nunca tuvo y por creerse demasiado guapo e inteligente su muerte fue prematura.

Utilizó todo lo que tenía para vanagloriarse y acabó asesinado por los hombres de su propio padre.
No es malo tener un buen y saludable concepto de nosotros mismos. Estar orgullosos de los logros que
hemos conseguido, pero las cosas funcionan mal cuando sobrepasas los límites de algo que es tan relativo como la belleza o la fama.

Dicen que la primera impresión cuenta pero también cuentan otros detalles que, precisamente, son los que nos hacen seres humanos unos con otros.

El físico se va, los dientes se caen, busquemos el verdadero valor de las cosas. Hazte querer por lo que vales y no por lo que aparentas.

Invierte de tu tiempo en lo que realmente produce alegría: la familia, los amigos, una tarde sola en un parque, algo que realmente te produzca felicidad y sobre todo, seamos felices haciendo felices a los demás.